La historia de Ana

 
 
 
 

Tenía nueve años cuando empecé a escribir, escribiendo mi dolor que no tenía explicación en poemas y en blocs de notas amarillos o detrás de papeles de basura. No era mi único medio de expresión: también sentía una gran fascinación por las artes visuales, y no tardé en unir ambas cosas. Cuando tenía 12 años, ilustré una larga historia que había escrito. Mi madre la guardó como un tesoro durante años. Al final de la adolescencia, la escritura era mi modo preferido de autoexpresión y activismo. Crecí en Chicago, donde la desigualdad racista, sexista y clasista que me rodeaba influyó mucho en mi forma de pensar, y había empezado a ganarme la reputación de “poeta de protesta” incluso antes de terminar la escuela.

Mi familia, sin embargo, nunca reconoció que cualquier tipo de arte fuera un “trabajo”, así que, tras mi graduación, me fuí a California para dedicarme a la enseñanza en un colegio comunitario. Aun así, no podía negar mi impulso hacia la expresión artística. Como era más fácil de incorporar a mi ajetreada vida (y a mi presupuesto) que otras formas de arte, seguí escribiendo durante toda mi carrera como profesora. De cierta manera, también mantuve mi conexión con el dibujo. Me aficioné en hacer dibujos lineales con pluma estilográfica, lo que me ayudó a afrontar mi depresión clínica y la tristeza de estar lejos de casa.

Esto ocurría en los años setenta. Como muchos de mi generación, especialmente los poetas de minorías, mi escritura en aquella época era algo más que expresión personal. Era representación. Era una época en la que el feminismo era visto por algunos (tanto en EE.UU. como en el resto del mundo) como un asunto de mujeres blancas de clase media, pero como mujer morena de veintitantos años, tenía claro que tanto mi género como su relación con mi sexualidad eran temas que merecían la pena. Mi poesía y mi prosa empezaron a crecer a partir de ese pensamiento. Quería explorar los escritos de otras personas sobre estos temas, aunque en aquel momento la literatura y el activismo Latino estaban dominados por los hombres. Busqué específicamente literatura escrita por mujeres. Esto me llevaría finalmente a formar mi propio tipo de feminismo — que, una década más tarde, denominaría “Xicanisma”.

Durante esta época, también me interesé por abordar la sexualidad en mis escritos. Mi segundo libro, The Invitation (publicado en 1979), intentó iniciar una conversación sobre el deseo sexual de las latinas — algo que no sabía que se hubiera expresado poéticamente en ninguna obra anterior de latinas estadounidenses — y muchos de mis ensayos de los años ochenta (publicados más tarde como Massacre of the Dreamers: Essays on Xicanisma) examinaban la sexualidad humana. Estas exploraciones también influyeron en mi feminismo personal, y la celebración de la sexualidad latina es un aspecto importante de Xicanisma.

En las décadas transcurridas desde entonces, he seguido incluyendo personajes de diversas sexualidades en mi poesía y prosa, culminando con Palma, un personaje de mi novela más recientemente publicada, Give It to Me. Para ella, su cuerpo y su deseo son las herramientas más valiosas que tiene, y negocia su camino por la vida utilizándolas (y, tal vez, abusando de ellas) en todas las transacciones, ya sean materiales o emocionales. El libro tiene algo de comedia — lo escribí en 2014, después de la intensa experiencia de revisar Massacre of the Dreamers, así que necesitaba un poco de ligereza —  pero mi intención transgresora iba en serio.

Give It to Me recibió el Premio Literario Lambda a la Mejor Ficción Biológica en 2015, y mi colección de ensayos personales, Black Dove: Mamá, Mi'jo, and Me recibió el Lambda a la mejor obra de no ficción bi en 2017. De este modo, la palabra “queer” describe cómo tanto mi vida como mi trabajo se relacionan con la sexualidad, del mismo modo que “creativo” describe mi enfoque imaginativo y artístico de la vida, el amor y el trabajo. En ambos casos, se trata de una lente fortalecedora y liberadora a través de la cual percibir el mundo.

En cuanto a mi amor por las artes visuales, me alegra decir que sigue formando parte de mi vida creativa. En 2016 empecé a hacer dibujos lineales, muy parecidos a los que hacía con pluma estilográfica en mi época de profesora, solo que ahora prefiero los rotuladores de punta fina y los lápices de colores. Muchas de estas obras han sido publicadas y vendidas, y el interés que han despertado me ha inspirado para retomar otra forma de expresión latente en mi pasado: la pintura. Ya sea con palabras o con pinceladas, el honor de representar creativamente a Xicanisma, y de cultivar así un mundo mejor, me impulsa a seguir adelante.

Para más sobre Ana, checa su sitio web o síguela en Twitter o Instagram.

 
 
 
 

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Ana es pintada con un bloque de papel y un lapicero. Las líneas entrecruzadas en en fondo representan su reputación como una “poeta de protesta”, y loas flores simbolizan sus investigaciones de del deseo sexual Latino.
— Karthik Aithal
 

Publicado en Issue IX: Community

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