Maricón

 

Cuando me mudé a los Estados Unidos aún era un adolescente, y no podía hablar mucho Inglés. Me costaba tener conversaciones básicas a pesar de que había estudiado el idioma durante años en México. Me tomó seis meses adicionales de exhaustiva práctica y exclusivamente meterme en una cultura de habla inglesa antes de que pudiera alcanzar la habilidad de mantener una conversación. En el proceso, también pude liberarme de muchas de las opiniones negativas y homofóbicas que había absorbido al crecer. Debido a que recientemente había sido completamente absorbido por aprender inglés al mismo tiempo que estaba descubriendo mi sexualidad, la combinación de ambas experiencias creó una especie de un ciclo de descubrimiento personal. Poco a poco, empecé a entender las formas en que la cultura había dado forma a mi actitud sobre el sexo y la sexualidad. A medida de que aprendí un nuevo léxico lingüístico, llegué a apreciar diferentes formas de conceptualizar y comprender las relaciones.

Un factor clave que me ayudó en este proceso fue mi reconocimiento gradual de la distinción entre palabras y su significado. Antes de adiquirir fluidez en el inglés, la relación entre una palabra en español y a lo que hacía referencia parecía prácticamente inseparable. No fue hasta que me familiaricé íntimamente con un segundo idioma que pude apreciar plenamente lo que el lingüista suizo Ferdinand de Saussure quiso decir cuando discutió la separación del lenguaje en sus dos partes: significadores (es decir, palabras) y significados (las cosas que esas palabras están destinadas a representar). Esta comprensión me ayudó a verme y a mis atracciones bajo una nueva luz, y finalmente liberó mi mente de muchos de los viejos estigmas y asociaciones que se habían arraigado en mí cuando era niño.

Al crecer en la Ciudad de México bajo la fuerte influencia del catolicismo de mi abuela, había llegado a asociar ciertas palabras en español con el pecado y la vergüenza, especialmente esas relacionadas con el sexo y la sexualidad. Era como si cada palabra en español que involucraba estos temas tuviera dos significados para mí: el significado literal de la palabra y la carga personal, emocional y cultural que asocié con cada de esas palabras. Cada vez que escuchaba o hablaba sobre uno de esos significantes relacionados con el sexo, me sentía culpable e incómodo. No es sorprendente que esta reacción resultara en que se me hiciera más difícil de poder abarcar o explorar completamente mi sexualidad.

Al contrario, el inglés era como una hoja en blanco para mi. Las palabras solo tenían sus significados literales porque psicológicamente, no vinculaba los significantes en inglés con significados negativos. Consecuentemente, pude hablar del sexo con más facilidad en inglés porque estaba usando un conjunto diferente de palabras que no tenían nada de esa carga psicológica en mi comprensión de sus contrapartes en español, a pesar de que los términos tenían definiciones casi idénticas.

De todos los ejemplos que ilustran esta evolución en mi mente, una palabra se destaca: maricón, un término despectivo en español de Latinoamérica para un hombre con características afeminadas percibidas, el equivalente a "faggot" en el inglés norteamericano. Como un preadolescente dentro del closet, vivía con un miedo constante a la palabra "maricón", porque si alguna vez se me hubiera aplicado, hubiese significado que mi secreto estaba expuesto. Motivado por esta ansiedad, los sentimientos de extrema incomodidad e incluso la ira surgieron cada vez que lo encontraba.

Al contrario, la palabra en inglés "faggot" no tiene tal connotación para mí. A pesar de que sus significados son iguales, nunca me aterrorizó que me llamaran un "faggot" cuando empecé a asistir a la preparatoria en los Estados Unidos. Por el otro lado, muchos de mis amigos queer que solo hablan inglés todavía rebufan con el sonido de la palabra, al igual que solía hacerlo cuando escuchaba la palabra maricón. Nunca aprendí a asociar la palabra en inglés con el pecado y la humillación durante mis años de formación, mientras que la conexión que tengo con la palabra en español me tomó algunos años en poder superar.

En retrospectiva, estoy seguro de que este cambio lingüístico me ayudó a deshacerme en gran parte del adoctrinamiento mojigato de mi juventud. Es difícil superar la negatividad sexual cuando cada conversación sobre el sexo es un campo lleno de minas a punto de explotar. Hablar de la sexualidad en español se sentía como un peligro familiar y personal, mientras que las mismas conversaciones exactas en inglés se sentían más objetivas, incluso clínicas, más sobre el mundo exterior y menos sobre mi mundo interior. Con mi ego fuera del camino, pude ver las ideas sobre el sexo con más claridad. Por esta razón, ya no temo la palabra "maricón".

Parece totalmente posible que sin la experiencia de aprender un segundo idioma, nunca hubiera logrado superar los estigmas de como había sido educado. Tal vez lo habría hecho, pero sin duda hubiese sido más difícil. Aprender un segundo idioma me dio la oportunidad de pensar en temas complejos de una manera diferente, y me proporcionó nuevas herramientas que estaban libres de la culpa y la vergüenza de mi infancia.

Por supuesto, no hay nada específico en el inglés que me ofrezca tanta claridad. Podría haber sido cualquier otro idioma en realidad. Fue la novedad de las palabras que me ofrecieron la oportunidad de separar los significados literales de mi carga psicológica. El lenguaje no es la realidad, es solo una herramienta que usamos para describirla. Debido a que las personas tienden a vincular ciertos términos con experiencias subjetivas, confiar en esas palabras para comunicarse puede atrapar a una persona para que piense en maneras que dependen demasiado de esas experiencias. Para romper con ese ciclo, a veces necesitamos usar palabras diferentes.

¿Acaso esto significa que aprender un nuevo idioma puede ser una forma eficaz de terapia para las personas que lidian con problemas personales relacionados con el lenguaje? No lo sé, pero tal vez, en las circunstancias adecuadas. Una cosa es segura: los beneficios de ser bilingüe no se limitan a la capacidad práctica de hablar y leer otro idioma. Hay algo más profundo que aprender de la experiencia, algo más inefable, que nos otorga poder y se convierte en algo edificante. Tales experiencias también demuestran lo imperativo que es que nosotros, como sociedad, evitemos en inculcar tal negatividad sexual homofóbica en nuestros hijos en primer lugar.

Publicado el 17 de Octubre, 2019
Actualizado el 5 de abril, 2024

Publicado en Issue III: Language

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Diana Ramos