Sueños de un Utopix Queer

 

La película La Llegada (2016) me fascinó absolutamente cuando la vi en el cine. Destruyendo los clichés del género, esta historia no trata de alienígenas que vienen a la Tierra para conquistar nuestro planeta, convertirnos en comida, robar nuestra agua o exterminarnos, a pesar de que ciertamente juega con los miedos provocados por esas expectativas. En cambio, utiliza a los aliens para hacer del lenguaje un elemento clave de la trama y llevar a los espectadores a un profundo examen de la humanidad y una pregunta existencial sobre el libre albedrío. Específicamente: ¿cómo viviría la gente si supieran su destino?

Para el deleite de mi nerd no tan interno, la improbable heroína de este relato es una lingüista llamada Louise Banks, quien, al aprender el lenguaje escrito no lineal de los alienígenas obtiene la capacidad de trascender el tiempo lineal, ver el futuro y salvar el mundo. En el proceso también se le revela a ella su propio destino, el cual decide abarcar, incluyendo a sus tragedias y todo lo demás con lo que viene. Fue una hermosa y agridulce revisión de la condición humana, pero cuando llegué a casa empecé a preguntarme: ¿podría el lenguaje realmente afectarnos de esta manera? ¿Es realmente tan poderoso?

Las preguntas sobre el poder del lenguaje han estado recientemente a la vanguardia de mi mente con respecto al uso en los hablantes del Inglés del término "Latinx," que en los últimos años ha pasado de la completa oscuridad a la aceptación generalizada en los círculos educados de la izquierda central en la política. Los campeones del término lo han vendido como una alternativa más progresista de la palabra "latino," incorporando un final gramaticalmente neutro en cuanto al género como parte de un esfuerzo más grande de corregir la gramática aparentemente masculina y patriarcal del español, haciendo así que tanto el idioma como la cultura sean más inclusivos. Al igual que la trama de la película La Llegada, estos argumentos se basan en la creencia de que el lenguaje da forma fundamentalmente a la visión del mundo de un orador. Pero aunque esta idea es una ficción convincente, es científicamente infundada. A pesar de todas las nobles intenciones detrás de "Latinx," jugar con un final gramatical de esta manera es una estrategia ineficaz para la ingeniería social (que es precaria e impredecible incluso en las mejores circunstancias) que en última instancia representa un esfuerzo no consensuado para inyectar creencias activistas queer en el discurso popular de la sociedad.

La creencia de que el lenguaje es el lente a través del cual vemos el mundo ha sido parte de la cultura popular estadounidense desde los 1940s. Dada su tremenda influencia, me sorprendió saber que sus orígenes son una hipótesis propuesta por Benjamin Whorf, quien era un ajustador de seguros contra incendios y escribía sobre la lingüística como un pasatiempo secundario. Como nos dice nuestra heroína Louise en La Llegada, su hipótesis (conocida como la hipótesis Sapir-Whorf) sostiene que "El lenguaje que hablas determina cómo piensas, [y] afecta a cómo lo ves todo". Si alguna vez has escuchado la historia sobre cómo los "Esquimales" (es decir, Inuits, Aleutas y Yupiks) tienen docenas de palabras para la nieve y el hielo y, por lo tanto, pueden percibir el agua congelada de maneras que el resto de nosotros no podemos, te has encontrado con la idea de Whorf en una de sus muchas formas virales.

Precisamente debido a que esta noción es tan convincente y generalizada, los investigadores han tratado de probar la hipótesis de Sapir-Whorf durante décadas. Aunque hay algunos defensores de lo que se conoce como el "Sapir-Whorf más débil," es decir, efectos muy modestos y limitados del lenguaje sobre el pensamiento, el equilibrio de la investigación muestra que el lenguaje no tiene el poder de crear el tipo de cambio que el público en general parece creer que puede hacer. Como señala Ben Panko en su reseña de La Llegada para la revista Smithsonian, lingüistas conocidos, incluyendo a luminarios como Steven Pinker y Noam Chomsky, han desacreditado persuasivamente a la teoría de Sapir-Whorf. Incluso el propio colega y colaborador de Whorf, Edward Sapir, co-nombre de la hipótesis, expresó dudas sobre las ideas de Whorf, y (un hecho interesante) los dos nunca publicaron el documento en donde supuestamente describen la hipótesis juntos. A su favor, el propio Whorf se refirió a sus ideas como relatividad lingüística, lo que implica efectos más modestos de lo que se creía ampliamente del determinismo lingüístico.

Entonces, si la forma en que la cultura popular entiende la hipótesis de Sapir-Whorf se basa en un malentendido, ¿por qué el término "Latinx" ha ganado una aceptación tan generalizada entre la intelectualidad Anglófona?

Para responder a esta pregunta, primero debemos volver a los orígenes de "Latinx" y el tema que estaba destinado a abordar. En el idioma español, un grupo de 99 pilotos de sexo femenino se denominarían "las pilotas", mientras que un grupo de 99 pilotas y un piloto de sexo masculino se llamarían "los pilotos." Sintiéndose borradas y marginadas por tales características de su idioma, en la década de 1970, las feministas radicales argentinas, paraguayas o uruguayas (y/o comunistas dependiendo de a quién le preguntes) comenzaron la práctica de tachar el final -o de las palabras españolas con una x. Hicieron esto para protestar por el hecho de que el final -o en español sirve igual que el masculino, y como en muchos casos, es tomado como término neutro para representar ambos géneros.

Durante más de una generación, esta práctica disminuyó hasta quedar en el olvido. Abordó algo que muy pocos hispanohablantes veían como un problema y proporcionó una solución que es extremadamente difícil de manejar. Aspirando en hacer sus sociedades más justas, estas feministas trataron de aumentar la visibilidad lingüística de las mujeres y lo femenino, desafiando la gramática que pudiese borrar a las mujeres o implicar que la masculinidad era lo preestablecido. Las palabras resultantes como "lxs pilotxs" eran (y siguen siendo) impronunciables e inutilizables en su habla, pero eso no se consideró un problema porque el objetivo era hacer una declaración política.

Aun así, en las décadas siguientes, la influencia de tales feministas ayudó a transformar las prácticas lingüísticas en español. Comenzaron a surgir formas alternativas como "l@s pilot@s", con la intención de incluir abiertamente el género gramatical masculino y femenino. Pero esto también tiene sus críticas. No sólo sigue siendo impronunciable, pero los críticos se quejan de que el símbolo "@" encierra lo femenino -a dentro de un -o más grande, una vez más solidificando la supremacía de la masculinidad.

Recientemente, en respuesta al aumento de la prominencia de las identidades de género no binarias, algunos activistas queer hispanohablantes comenzaron a argumentar que el significado -a/-o del "@" también refuerza la idea de que solo hay dos géneros. Su solución fue resucitar el -x como un significado de inclusión reconociendo a las personas no binarias.

Uno de los muchos problemas de esta práctica es que la forma en que se enmarca el uso de la -x parece contradictoria. Si es discriminatorio usar el final masculino -o porque excluye a la mitad femenina de la sociedad, ¿cómo es repentinamente deseable usar un final -x que es esencialmente no binario y cuyo uso excluye al 99.8% de las personas quienes si se identifican dentro del paradigma masculino-femenino? Este problema es probablemente la razón por la que -x generalmente se vende como un “género neutral" en lugar del final no binario que realmente es.

Pero antes que todo, ¿qué es el género?

Hasta la década de 1950, la palabra "género" se usaba casi exclusivamente para referirse a categorías gramaticales. En inglés, no se usa el género gramatical al menos que sea para describir pronombres en tercera persona (el, ella, eso). Estos tres pronombres corresponden a los tres géneros gramaticales: masculino, femenino e inanimado/neutro proveniente del protoindoeuropeo (pIE), la antigua lengua hablada hace más de 5,000 años que es tatarabuelo de todos los idiomas indoeuropeos de hoy en día, desde el portugués hasta el griego y el hindi. En el pIE y en la mayoría de sus descendientes, todos los sustantivos son asignados a una clase que corresponde al terciario masculino-femenino-neutro.

Las lenguas romances modernas, incluso el español, han acabado con el género inanimado. El inglés, a excepción de los pronombres personales, ha combinado los tres géneros en uno. En español, las casas y las mesas son femeninas, mientras que en alemán, las casas son inanimadas/neutras y las mesas son masculinas. Si bien, a veces hay razones por las que un sustantivo pertenece a una determinada clase (p. ej. la palabra en español para la luna es femenina debido a la diosa de la luna romana Selene, mientras que en alemán es masculina debido al dios de la luna Nórdico, Máni) es importante tener en cuenta que estos géneros son simplemente clases de sustantivos. Dado que uno podría argumentar fácilmente que la naturaleza de los sustantivos de género enseña que el género es arbitrario, no está claro que usar una "X" para despojar el género de "lxs estudiantes" ("los estudiantes", por lo demás masculinos) y "lxs personxs" ("la gente,” normalmente una palabra femenina incluso cuando se refiere a un grupo exclusivamente de personas de sexo masculino) creará una sociedad más inclusiva. Pero al igual que las acciones de sus predecesoras feministas radicales de los 1970s, se trata de hacer una declaración política y de aumentar la prominencia y la conciencia de la identidad de género, específicamente de las identidades no binarias.

Pero de nuevo, ¿qué es el género?

El inglés contemporáneo es inusual porque el género humano y el sexo significan cosas separadas. Ese es un desarrollo reciente gracias a John Money, un sexólogo que utilizó el término gramatical "género" y destacó las formas en que nuestros cuerpos y las expectativas de la sociedad (roles de género) basadas en las percepciones de esos cuerpos funcionan por separado. Money necesitaba esta distinción para ayudar a explicar su investigación sobre las personas intersexuales. Los humanos son una especie que se reproduce sexualmente, por lo que tenemos un gran grupo de personas que produce óvulos (mujeres), otro grupo grande que produce esperma (hombres) y un grupo pequeño que tiene diferencias de desarrollo sexual que los convierten en atípicamente masculinos, atípicamente femeninos, una mezcla de los dos, o, rara vez, ninguno de los dos. Money destacó cómo la sociedad impone todo tipo de expectativas a las personas dependiendo si son percibidas como masculinas o femeninas. Separó el sexo y el género para revelar las muchas formas en que pueden funcionar independientemente el uno del otro, lo cual fue necesario para explicar las experiencias vividas de aquellos que son visiblemente intersexuales.

En la década de 1970, el feminismo radical popularizó el uso de la palabra como la usaba Money, y argumentaron que lo que creó el genero femenino fue la opresión societal de los cuerpos femeninos. Recientemente, esta posición ha llevado a algunas feministas a un conflicto abierto con el activismo trans porque la interpretación feminista radical del género excluye a las mujeres nacidas con genitales masculinos.

En el siglo XXI, algunas hebras del activismo queer han tratado de reunir el sexo y el género, argumentando que estos dos conceptos son uno y el mismo. En este punto de vista, debido a que algunas personas son intersexuales sin que sea notablemente evidente, su sexo es "inconocible", mientras que su género se puede determinar preguntándoles. Y debido a que algunas personas se identifican como no binarias, es inaceptable usar terminaciones gramaticales masculinas o femeninas en referencia a ellas.

Pero, ¿cómo llegó esta práctica de activistas queer a la cultura popular?

En el 2004, "Latinx" entró por primera vez en el léxico inglés a través de la escritura académica de las humanidades, donde permaneció relativamente desapercibida durante más de una década. Todo eso cambió cuando la tragedia golpeó el club nocturno Pulse, un bar gay de Orlando Florida, en junio de 2016. A raíz de este tiroteo en el que aproximadamente el 90% de las víctimas eran de ascendencia Latinoamericana, los periodistas de habla inglesa (particularmente de los medios de comunicación de izquierda) trataron de usar terminología respetuosa y comenzaron a difundir el término. "Latinx" se le vendió al público como la alternativa más inclusiva y neutra de genero a la palabra “Latino”, pero el problema es que el inglés ya tiene un adjetivo neutral en cuanto al género para esta comunidad: Latin. En debido caso, nadie de izquierda quería ser visto como un patán o alguien que no estuviera al día con la terminología LGBT. El resultado fue que casi de la noche a la mañana, los Latinos se convirtieron en "Latinxs" en los medios angloparlantes Estadounidenses, independientemente de la opinión o el conocimiento del término en la comunidad Latinoamericana.

Desde que este cambio a "Latinx" se vendió como un lenguaje neutral en cuanto al género, preguntémonos por un momento qué podría lograr al eliminarse el género lingüístico.

Afortunadamente, no tenemos que preguntarnos, crear hipótesis o realizar pruebas para averiguar qué efecto tendrá el lenguaje neutro en cuanto al género en la igualdad de género, porque ya hay muchas culturas con idiomas perfectamente neutros en cuanto al género que lo han sido durante siglos. Uno de los lenguajes neutrales de género más hablados es el Farsi, (también conocido como Persa), en el que los pronombres, sustantivos, adjetivos y palabras para profesiones son perfectamente neutrales en cuanto al género y lo mismo para todos, independientemente del sexo o la identidad de género. Farsi ya ha alcanzado los objetivos lingüísticos que los activistas queer esperan implementar para marcar el comienzo de la inclusión y la igualdad de género. Sin embargo, en Irán, Afganistán y Tayikistán, existe muy poco de esa utopía prometida. Otro idioma, el Finlandés, es casi tan neutral en cuanto al género que el Persa, excepto que muchas profesiones contienen la palabra mies (hombre) en ellas. Y, sin embargo, Finlandia goza en tener una de las sociedades más igualitarias en cuanto al género del planeta. Entonces, si el lenguaje neutral en cuanto al género no resulta en una mayor igualdad de género, ¿qué lo hace?

Una palabra: cultura.

Incluso, si uno pudiera rediseñar radicalmente un idioma como el español para librarlo del género gramatical, no hay evidencia de que lograría algo. Para que una sociedad sea más inclusiva, se necesita mucho más que algunas palabras recién creadas. Resulta que transformar las sociedades requiere mucho trabajo y el consentimiento activo y la participación de la cultura en su totalidad.

Sospecho que el término "Latinx" se ha vuelto tan popular a pesar de la evidencia contra su eficacia, en gran parte debido a las redes sociales, que tienden a elevar los mensajes "fácilmente consumibles" a expensas de entendimientos más precisos y matizados. Particularmente en el internet, a la mayoría de las personas les gusta que sus creencias preexistentes sean validadas y que se afirmen como una de las personas "buenas" en el lado "correcto" de las guerras culturales. Para estos fines, "Latinx" funciona perfectamente. La idea de que el acto simple y relativamente directo de jugar con un final gramatical (en este caso, cambiar una sola letra en un idioma extranjero) puede tener un efecto tan significativo y de largo alcance es tentadora. Ofrece la promesa de crecimiento, progreso y la importancia de ser una buena persona con muy poco esfuerzo: solo tenemos que empezar a usar algunas palabras nuevas y mejores para que podamos trascender nuestras limitaciones previas.

Es cierto que la noción sobre como las palabras pueden ser tan poderosas es atractiva, incluso si es infundada. Palabras como "Latinx" se han extendido fervientemente gracias al poder de las redes sociales y el deseo de la gente de ser vista como "woke". Pero, hay costos políticos en el esfuerzo por difundir un lenguaje neutral en cuanto al género, independientemente de lo bien intencionado o noble que pueda ser. En la izquierda, tan a menudo hablamos de las experiencias vividas como víctimas y como son ignoradas, pero aparentemente no hemos pensado mucho en lo que sucede cuando hacemos que una facción considerable de la sociedad se sienta igualmente ignorada o amenazada por nuestros esfuerzos lingüísticos en la ingeniería social. Dada la tensión cultural y la polarización que tal atrincheramiento del lenguaje exacerba (esfuerzos que probablemente sean infructuosos de todos modos), esta es una mala inversión y una mala estrategia. Si realmente deseamos crear un mundo de igualdad de género y justicia social, las mujeres y las minorías de género merecen mejores soluciones que estos superficiales e ineficaces remedios rápidos.

Publicado el 17 de Octubre, 2019
Actualizado el 13 de Marzo, 2024

Publicado en Issue III: Language

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Diana Ramos