¿Qué Pasa Con Los Blancos? (El Activista Enojado, Parte 2)

 

en la primera parte de este ensayo, escribí sobre un fenómeno que llamo el "activismo enojado." Expliqué cómo el deseo de tener razón y "ganar" a la “otra parte" ha dado lugar a la tendencia de percibir a todo aquel con opiniones divergentes como un enemigo. Hablo de cómo la ira puede ser una herramienta atractiva para fomentar la unidad y el compromiso en torno a una causa, pero que es menos fructífera para lograr el cambio social porque impide la empatía y la comunicación eficaz. Sugerí que escuchar con el objetivo de comprensión mutua es un método más productivo.

Vuelvo a este concepto de “activismo enojado” para abordar un asunto relacionado en particular: la gente blanca. Específicamente, la posición actual de la "blancura" en los espacios de izquierda. El activismo enojado ha sido la causa fundamental de una actitud cada vez más común hacia los blancos (en particular hacia los hombres heterosexuales cisgenero) que es condenatoria y despectiva. Esta postura es hipócrita y poco práctica. Utiliza la misma política de identidad racial y errónea que se atribuye negativamente a la blancura; desalienta la ayuda y los recursos potenciales que, de otro modo, podrían formar parte de la solución. Los activistas de todos los bandos harían mejor en rechazar la política identitaria y adoptar un enfoque más empático para perseguir el cambio.

En las últimas décadas, la posición de la blancura ha ido cambiando. Históricamente, ha tenido una clara ventaja. Esta ventaja animaba a los individuos de la sociedad a definirse según criterios raciales. A lo largo de los años, los esfuerzos por cambiar esta dinámica han ganado apoyo en muchos círculos, lo que se ha traducido en avances en la igualdad social y los derechos humanos. Esto ocurre especialmente en los espacios de izquierda, donde estos efectos han sido más pronunciados; este cambio se ha caracterizado por un centrado intencionado de las voces no blancas. Entre otras cosas, esta tendencia ha significado que a menudo se espera que la gente blanca se siente tranquilamente en un segundo plano, con la actitud general de que ahora es el momento de que los demás tengan su turno.

Entiendo lo atractivo de este enfoque. Después de tantos años sintiendo una deferencia obligatoria hacia una mayoría blanca, tiene sentido que algunas personas de grupos raciales e minorias busquen espacios en los que se les dé prioridad a sus voces. También tiene sentido que silenciar la blancura parezca el enfoque más directo para corregir la desigualdad porque parece equilibrar la balanza.

El problema es que este enfoque demoniza a los blancos de la misma forma que antes se ha hecho con las personas racializadas. En ambos casos, entra en juego el mismo esencialismo racial, y la característica en cuestión se ve como algo negativo de lo que se anima a los individuos a distanciarse. A los que no pueden, se les avergüenza y se les obliga a disculparse, no por lo que han hecho, sino por lo que son. Se les trata como representantes de toda su raza y se les enseña sobre cómo participar en la interminable expiación de los pecados de sus antepasados.

La hipocresía de esta actitud es evidente. No se puede acabar la discriminación con más discriminación. Crear un entorno en el que a algunas personas se les permite expresar sus opiniones mientras que a otras no, basándose únicamente en el color de la piel (o cualquier otro atributo de este tipo) no es "justicia social." Mientras se permita que continúe la práctica de aplicar juicios basados en la raza para justificar un trato preferente, el resultado será que perduren el mismo tipo de desigualdades antiliberales que han asolado el mundo durante siglos.

La razón por la que estas actitudes florecen en tantos espacios activistas de izquierda se debe, en gran parte, a la aceptación del activismo enojado. Las experiencias repetidas de discriminación racial pueden, como es lógico, alimentar la ira y el resentimiento, que a menudo se dirigen contra el culpable percibido; en este caso, la blancura. El deseo que esto puede generar de "nivelar el campo de juego" o incluso de ver al "enemigo" sufrir un poco bajo las mismas condiciones que se les atribuye haber creado es comprensible, pero no muy productivo. Como se señaló en la primera parte de este ensayo, a menudo sirve para aumentar las hostilidades y disminuir las oportunidades de diálogo y consenso, lo que dificulta el deseado progreso hacia el cambio.

La hostilidad izquierdista hacia la blancura es también muy poco práctica. Si el objetivo es persuadir a más blancos para que se unan al llamado "bando" de la igualdad social, desprestigiarlos sin cesar probablemente no sea la mejor manera de conseguirlo. Tratar con hostilidad a los individuos blancos que creen en la causa y están dispuestos a aventurarse en espacios de izquierda es igualmente ilógico, ya que por lo general no son "el enemigo" contra el que luchan tales esfuerzos. Los blancos constituyen una parte notable de la población mundial y tienen el potencial de ser un gran activo en la búsqueda de la igualdad. Desterrarlos y mantenerlos al margen de la conversación no es la forma más eficaz de lograr el cambio.

Entonces, ¿qué se supone que deben hacer realmente las personas blancas y no blancas?

En primer lugar, todos deberíamos esforzarnos por alejarnos de la política de identidad. La tendencia de agrupar a la gente por motivos de raza, sexo, orientación sexual, clase socioeconómica, religión, etc. es frecuente, pero errónea. Aunque es probable que muchos individuos de un grupo determinado encuentren cosas que tienen en común, no todos lo harán. El problema de la política de identidad es que desde este punto de vista, la gente suele sentirse presionada en ajustarse a las características comunes del grupo, dejando a un lado su individualidad y restringiendo su libertad.

La segunda solución a todo esto es, como ya he mencionado antes, abandonar el activismo enojado. En lugar de abordar cada encuentro como una oportunidad para la confrontación, empieza por escuchar con compasión, evita juzgar e intenta no tomarte las cosas como algo personal. En la conversación, escucha de verdad lo que los demás tienen que decir. Reconoce que la gente puede necesitar expresar su frustración, del mismo modo que a veces necesitas expresar la tuya. Puede ser difícil resistirse a sentirse molesto y estar a la defensiva, pero intenta recordar que la mayoría de las veces la gente sólo quiere sentirse vista, escuchada y comprendida.

Si lo hacemos, podremos hablar abiertamente de cuestiones raciales y desigualdades sociales. Normalizar las conversaciones sobre estos temas es un paso importante en este proceso, especialmente entre personas con puntos de vista divergentes. Espero que gracias a estos esfuerzos encontremos un punto común y entendimiento mutuo. Para lograr este objetivo, el activismo debe ir más allá de la ira y el resentimiento. La izquierda puede hacer su parte abandonando la idea de que los blancos son el enemigo.

Publicado el 1 de Mayo, 2020
Actualizado el 23 de Abril, 2024

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Diana Ramos